¿Qué es la dependencia emocional?
La dependencia emocional es un tema que cada vez se encuentra más presente en las relaciones afectivas de pareja y que está siendo muy demandado, aunque de manera encubierta, en terapia.
No es necesario recurrir a ejemplos extremos donde una de las partes sufre violencia doméstica, sea del tipo que sea. Más bien me estoy refiriendo a aquellos casos donde se mantiene una dinámica de relación desequilibrada y patológica: uno de ellos domina y menosprecia al otro.
En el transcurso de dichas relaciones, es posible que ambas partes detecten la existencia de conflictos, malentendidos y discusiones constantes entre ambos hasta llegar a normalizarlo. Eso sí, difícilmente aceptan ser quién domina o quién se somete.
Es en el momento en el que rompen, cuando en el dependiente expresa un sufrimiento paradójico real: en lugar de sentir alivio por ese goteo que, gravemente, minaba su autoestima y seguridad personal y que suponía constantes humillaciones y menosprecios, sienten una necesidad a la desesperada de reanudar la relación inestable a la que se habían enganchado.
¿Cómo saber si este problema realmente te está sucediendo o eres conocedor de ello?
Para poder detectarlo, es conveniente puntualizar a la dependencia emocional como una necesidad afectiva extrema que una persona siente hacia su pareja a lo largo de sus diferentes relaciones.
Los dependientes emocionales suelen tener parejas desde la adolescencia y, si es posible, tratan de estar siempre con alguien que cubra esa necesidad extrema de estar acompañados. Y no vale cualquier persona, sino que el perfil suele ser bastante concreto y caracterizado por cierta soberbia, egocentrismo, peculiaridad, por la búsqueda del halago e idealización, etc.
El desequilibrio que se crea entre la parte dominante y la parte sumisa (parte que idealiza y necesita profundamente al otro), es el origen de un deterioro progresivo y, muchas veces sutil, en la relación.
Finalmente, ambos consiguen cerrar y viciar una espiral donde la posición dominante y vanidosa crece inversamente proporcional al deterioro de la autoestima del dependiente emocional; enquistándose esa necesidad excesiva afectiva por el otro.
Pese a la “superioridad” y “control” del dominante sobre la subordinación del sumiso, lo paradójico es que uno no es sin el otro.
Fases que se dan en una dinámica dependiente de relación:
Euforia:
Ilusión desmedida a la hora de conocer a una persona, creyendola idónea, quien le salvará de su soledad y, por tanto, de su malestar emocional.
A diferencia de otro tipo de comienzos de relaciones amorosas, en este caso, se produce una entrega demasiado rápida y excesiva. Llegando a focalizar toda su atención hacia esa persona e, incluso, olvidándose del entorno y de sí mismo.
Se podría decir que el dependiente se encuentra en un estado de “borrachera emocional” donde se pierde el foco de su entorno y apenas prestará atención a nada más.
La otra parte puede aceptar o no estas continuas demostraciones de entrega y admiración excesiva; pudiendo considerarlas atractivas o, pudiendo valorarlas como desmedidas y que no se ajustan a los cánones del inicio de una relación.
Este tipo de reacciones puede asustar a la otra parte tendiendo a evitar o escapar de este tipo de relaciones. El dependiente tiende a valorar como “aburrida” a la otra parte con la que finalmente no ha logrado encajar.
Subordinación:
Paralelamente al afianzamiento de la euforia, el dependiente poco a poco va hilando cada gesto de sumisión hasta que logra trenzar su propia relación de subordinación.
A su vez, los deseos de la otra parte de sentirse admirando, son inicialmente correspondidos hasta asumir su rol de dominante con total libertad de actuación.
Resultado final: dos piezas que “encajan”, dos medias naranjas, dos roles complementarios que se potencian mutuamente. Pudiendo afirmar que en la relación patológica, ambos obtienen un beneficio de esa situación.
El transcurso de esta fase se caracteriza por la consolidación del sometido y el dominante. Se interiorizan sus papeles hasta llegar a considerarlo como lógico, natural e indiscutible.
El entorno puede realizar esfuerzos iniciales por dar cuenta de la situación del propio dependiente, aunque caerán en saco roto al mostrarse como algo cotidiano. Por lo que, no les queda más alternativa que “aceptarlo”, resignarse a las circunstancias o alejarse.
Deterioro:
Estamos ante una de las fases más largas. Cuando la persona rompe con la pareja y se reconcilian, se regresa de nuevo a esta fase entrando con mayor profundidad.
Esta fase supone una exacerbación de lo anterior. Resultado de todo ello es el deterioro de la relación: el dominante se acomoda en su posición de seguridad al percibir que el dependiente no va a romper la relación. Es decir, el dependiente viene a ser una “presa fácil” para el otro.
Las burlas, insultos, infravaloraciones, degradaciones sexuales, menosprecios hirientes (ya sea en público o privado), incluso llegando al maltrato físico, son las expresiones más frecuentes.
Este tipo de violencia será mayor a medida que el controlador desprecie más al otro y tenga mayor necesidad de descargar su odio por y para el dependiente.
El sometido manifiesta un sufrimiento psíquico tremendo: estados de ansiedad y depresión, autoestima totalmente dañada. Sentimientos de responsabilidad mezclados con culpabilidad para que la relación no se rompa, a pesar de las abusos.
Acaba formándose una situación incompresible por los demás que se muestran impotentes ante el consentimiento y falta de reacción por parte del dependiente.
El dominador es consciente de ello y goza de la tranquilidad de que tiene todas las de ganar: ‘Haga lo que haga, nunca me dejará’.
Ruptura
Seguro que muchos consideráis que lo más lógico, en este punto, es que el dependiente rompa la relación. Pero lo que realmente suele suceder es que, o el dominante encuentra a otra persona dependiente emocionalmente y/o que le pueda resultar más interesante.
En este caso, la persona sometida de la pareja suele realizar intentos extremos para retomar la relación y que suelen durar mientras el dependiente no tenga otra pareja. Existe una esperanza (real o imaginaria) de reconciliación posible.
Es sorprendente como una personal, ante tal sufrimiento, humillación, desprecio, etc. pueda rebajarse hasta niveles difíciles de imaginar por retomar dicha relación.
En este sentido, si la otra persona no cede a reanudar la relación, el dependiente se verá “obligado” a contener su rabia para “evitar males mayores”.
La mezcla de soledad y el dolor por la ruptura junto con los intentos de reanudar la relación, conforman el “síndrome de abstinencia” (símil al que se presenta en la dependencia de sustancias):
- Intentos persistentes de regresar con la parte dominante.
- Querer verle y hacer lo posible para hablarle y tener noticias suyas.
- Cuanto más contacto mantenga, más esperanzas (aunque sean infundadas).
- Implica la prolongación inútil de dolor.
- Agudización de la psicopatología propia de la fase de deterioro (o aparición de nueva).
- Sentimientos de inutilidad marcados.
- Rumiaciones y dedicación excesiva a pensar sobre la otra persona.
- Creencia de no ser una persona digna de ser querida.
- Fluctuaciones del estado de humor (ansioso-depresivo).
- Suele ser común el contacto sexual esporádico considerándolo como un arrepentimiento por la otra parte y deseo de retomar la relación (realzando el círculo vicioso de deterioro).
Aunque también puede darse el caso de que ambos se estanquen en la fase de deterioro, ambos se acostumbran a esta dinámica. Pudiendo durar años hasta normalizarse dicho deterioro en la pareja, pese a lo estresante o patológico que sea.
Lo menos habitual es que el dependiente cese la relación. En caso de darse, es más posible cuando la dependencia emocional es de menor magnitud, reciba ayuda del entorno, amigos, familia y reciba apoyo externo para finalizar con dicha situación.
Relación de transición
Durante el propio síndrome de abstinencia o tras haberlo superado, el dependiente suele buscar a otra persona como método para contrarrestar las consecuencias sufridas: luchar contra el dolor, contra los sentimientos de autodesprecio, de abandono y contra ese sentimiento de soledad presente.
Estas relaciones son las llamadas de “transición” precisamente por ser pasajeras. Muchas veces son personas que para el dependiente no sienten interés alguno.
Asimismo, son un puente para una futura relación con alguien verdaderamente despierte el interés en el dependiente y que pueda cumplir las funciones del objeto.
Son relaciones donde no hay sumisión, ni admiración ni necesidad excesiva. Simplemente, para evitar sentirse solo hasta que encuentre a la pareja “verdadera”.
Recomienzo
Pasadas las fases de deterioro, ruptura, síndrome de abstinencia y relaciones de transición, el dependiente puede encontrar esa pareja ideal (caracterizada por la dominancia) y, suele darse al cabo de semanas, incluso días.
Retomará conductas anteriores, lo convertirá en el centro de atención, volverá a someterse a él, lo idealizará, etc.
Es más, si se pregunta por su ex pareja, apenas hará comentario alguno y, en caso de hacerlo, será para compararlo con el actual.
Este tipo de conductas reactivarán las fases anteriores y, de nuevo, una normalización por su parte.
Lo más importante es que estas fases son que no siguen una trayectoria lineal, sino que pueden evolucionar paulatinamente, estancarse en alguna de ellas o progresar rápidamente hasta finalizar la relación, etc.
Dependencia Emocional: La necesidad de cubrir un vacío existente
El tránsito tan repentino de amores obsesivos hace ver que los dependientes emocionales (más aún en casos graves) no están enamorados de sus parejas, sino que están enganchados a una necesidad de cubrir un vacío existente.
Esta es la gran diferencia con las relaciones de parejas adaptativas, donde el vínculo emocional sí es específico y recíproco hacia una persona en concreto. En caso de ruptura, necesitan un proceso de duelo lento y progresivo para retomar una nueva relación sentimental.
«Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece llevar a sus espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta».
John Lennon